L A V E J E Z

He sostenido que realmente el ser humano ha sido injusto con el uso peyorativo de la vejez, de ser viejo en el entendido de soportar la huella inexorable del paso de los años a la que nada ni nadie se escapa; esos años transcurridos y sobre los cuales se ha galopado por todos los terrenos: ascensos, descensos, sinuosidad, meandros, etc., solo propician en el ser humano experiencia y sabiduría como que las difíciles y en ocasiones muy complejos espectros solo se salvan con disciplina, con responsabilidad, con tenacidad y con perseverancia que hoy se ha difuminado por el anhelo del facilismo que antaño era repudiable o, por lo menos, no era el camino, como sí la obtención del resultado como premio a un esfuerzo. Nuestros viejos fueron eso, la encarnación viva de principios y virtudes que la misma sociedad en su afan de correr contra el inexistente tiempo, trato de borrar y de hecho lo hizo en la naciente juventud que por lo mismo solo tiene una mutilación de lo que es en esencia la vida; sanos y resilientes, si, resilientes muy a propósito del término muy en boga hoy, pero que significando lo mismo solo nos decian esos sabios “la perseverancia vence lo que la dicha no alcanza”. Hay que evocar, muy a propósito, un aparte del célebre “El Infinito en un Junco” de la española Irene Vallejo: “Porque solo la inteligencia rejuvenece con los años y el tiempo, que todo lo arrebata, añade a la vejez sabiduría. Ni siquiera la guerra que, como un torrente, todo lo barre y arrastra, puede quitarte lo que sabes.”  Si, el tiempo, el inexorable paso del tiempo añade y adiciona a la vejez ese plus literalmente reservado y exclusivo, como que, de hecho, no hay otra forma de adquirirla.  Es el tráfago existencial lo que te la brinda, entonces ¿Por qué temerle y despotricar de la vejez si justamente es el culmen de la vida?



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